Bienvenida, Madre, a tu casa, a este monasterio, Reina de Radio María!
Tú, Virgen peregrina, que buscas a tus hijos sin descanso. Bienvenida a este lugar de paz por la fe y la oración.
Madre Santa, Madre de Jesús, Madre nuestra, Madre de todos, aunque ellos no lo sepan, gracias por venir también a visitarnos hoy a nosotras. Pasa y quédate, Madre. Comparte con nosotras lo que traes en el Corazón mientras recorres nuestros pueblos. ¿Qué has visto, Madre en el camino?
Traes el Corazón lleno de rostros, más apretados a Ti los de tus hijos que sufren, que te invocan en su dolor, en su esperanza, en sus dudas…
Madre, descansa un poco entre nosotras. Déjanos compartir tu súplica ante Jesús por cada uno de los que arropas en las noches más frías, cuando te escuchan por los caminos mientras viajan, o están desvelados en sus noches de insomnio, o te rezan mientras trabajan, apoyados en las voces amigas de tus voluntarios…
Madre, nosotras te imitamos amando a nuestros Hermanos en lo escondido. No los vemos, no nos ven, pero estamos seguras de que nuestra oración, unida a la Tuya, se hace amor del grande y llega lejos, porque Tú la haces pasar por el Corazón del que es Misericordia Infinita.
Acoge aquí el ruego de todos los que te recibimos con alegría, de las familias del pueblo de La Palma, sus enfermos, sus ancianos, niños, jóvenes…su párroco y sus fieles…y también mira y bendice a los que nada quieren contigo. Tú eres Madre y una Madre nunca se cansa de esperar…reúnenos a todos en tu Corazón y danos a Jesús, el Fruto Bendito de tu vientre, que ha vencido al Mal y vive para siempre. Amén.
Virgen María, Reina y Madre nuestra:
Llega ahora el momento de despedirte, de agradecerte y de suplicarte.
Gracias, Madre, por recorrer nuestra ciudad de Cartagena, por entrar como Peregrina en nuestras parroquias; por renovar con tu Mirada Misericordiosa la fidelidad, el entusiasmo de nuestros sacerdotes; fortalecer la fe y la unión en nuestras familias; animar la ilusión de nuestros jóvenes; posar tu Mano Protectora sobre nuestros niños; sostener la esperanza de nuestro ancianos y nuestros enfermos.
Gracias, Madre, por haber descansado unas horas entre nosotras, por volver a decirnos que nuestra vida monástica es un regalo de Dios, una llamada urgente a interceder por las necesidades de todos nuestros hermanos, como lo hiciste tú en aquella boda en Caná de Galilea.
Gracias por acoger en tu Corazón todas las súplicas que hemos puesto a tus pies.
Madre, ahora te marchas, pero dejas sembrados nuestros campos de Cartagena con tus semillas de amor, de misericordia y esperanza. Pídele a tu Divino Hijo que las haga crecer y dar fruto abundante, para Gloria de Dios y Gozo de tu Inmaculado Corazón. Amén.